martes, 29 de julio de 2014

Rezo

Seis de la tarde, Ferreñafe, 1996, casa de los Guillermo Uypan.

-Padre Bendito, Padre Altísimo, Tú que estás en los cielos y Tú que cuidas de tu creación, observándonos y librándonos de todo mal Padre Señor, te pido que con tu fuerza gloriosa expulses de este cuerpo de Doña Rafaela Uypan Casiano a toda mala energía, a toda alma maldita pecadora que osa entrar en tu hija Rafaela. Expulsa al diablo de aquí Señor. Ella es tu hija Señor, ella es tu hija, amado Señor. Protégela. Líbrala de todos los males y ten piedad de su alma, amado Señor y Padre Nuestro. Límpiala de todo pecado y acércala a tu divina misericordia para que el demonio no la tiente y pueda ser libre nuevamente en tu bendito y divino amor Señor Padre Misericordioso.

Don Pedro tomó un breve descanso para estirar los brazos, lanzando sus puños al cielo como expulsando la mala energía de su propio cuerpo. Bebió agua bendita y se dirigió nuevamente al cuerpo anciano de Rafaela:

-En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo te ordeno Lucifer, que dejes el cuerpo de nuestra hermana Rafaela Uypan Casiano, viuda de Guillermo y te resignes a arder en el fuego eterno, que es morada tuya y de los impíos, de los impuros. Lárgate de aquí Satanás, deja a nuestra hermana Rafaela en paz. Vete y nunca vuelvas, no vuelvas más por acá....

Doña Rafaela, cuya piel arrugada era un espanto de mordiscos y chupetones propinados, a toda vista por el mismo diablo, comenzó a retorcerse y a gemir en su cama, rodeada por los hombres y mujeres miembros del grupo de oración "Carismático" en medio de un círculo de velas y estampillas de santos, ángeles, Cristos y Marías. Solo había una estatua, la de San Martín de Porres, que cargaba la señora Beatriz Piscoya Delgado.

Don Pedro continuó orando mientras los demás miembros del grupo: Catalino (56), Beatriz (72), Carmen (50), Mercedez (48) y Rosario (45) por cada cinco avemarías rezaban un padre nuestro.

El humo emanado por las velas se fue atenuando cuando de manera intempestiva ingresó a la habitación un evidente olor a azufre que como por casualidad, desató ladridos en los barrios a la redonda. -Ha llegado- Dijo Don Pedro, preocupado. -No dejen de rezar y cierren la puerta.

La anciana tomo aire y comenzó a reír sin parar. De repente, sobre su estómago, sentado, apareció un mono de unos veinticinco centímetros, de color marrón y ojos negros. Los miró a todos y salió corriendo por debajo de sus piernas. Era imposible que saliera pero lo dieron por desaparecido. Bajo la banca en donde se hallaba Carmen, una voz repetía,  burlona, el padrenuestro. Beatriz, comenzó a hablar disparates a la vez que sus ojos se perdían hacia atrás y estuvo a punto de caerse si no hubiera sido por Catalino, su marido, que la cogió a tiempo. Todos se asustaron. Don Pedro los increpó: ¡No dejen de rezar!

El mono reapareció y brincó hacia el vientre de Rafaela. Comenzó a abrirle las piernas mientras miraba a los incrédulos fieles para desaparecer antes que alguno de ellos intentara siquiera apresarlo. 

De pronto, en la puerta principal de acceso a la casa se escuchó el arribo de un caballo. Era el Enemigo. Se manifestaba, también, de esta forma. Todos escucharon cómo los cascos entraban a la casa, cómo relinchaba, y todos sintieron la piel escarapelarse y rezaron más fuerte, como les había dicho Don Pedro.

Catalino, hijo de doña Rafa, no pudo más y salió de la habitación hacia la cocina, envalentonado. Cogió un machete y comenzó a hacerlo sonar contra el suelo, como afilándolo mientras lanzaba improperios para la mala sombra.

En la habitación, Doña Rafa se rendía dormida y las velas se apagaban por el viento que allí entró. Don Pedro sudaba y anunciaba el fin del rezo. Se persignó y luego de pedir a todos que salieran del cuarto, pegó un escapulario de la Virgen de la Medalla Milagrosa en la frente de doña Rafa y regó lo que le quedaba de agua bendita alrededor de la cama. Salió y se sacó la correa del pantalón y acompañó a Catalino con el ritual pagano. Ahora ambos hacían sonar sus armas contra el suelo para espantar al Enemigo.

Los demás miembros de la familia salieron a la calle asustados por lo que habían visto y escuchado, confirmando que no se trataba de una enfermedad sino de una cosa venida del infierno.

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