domingo, 27 de octubre de 2013

La Señora Kathya (Contenido solo para adultos)

Bruno y Carlos de 19 y 18 años de edad caminan por la vereda del Centro Comercial Camino Real, en Lima. Era el año de 1987. Alan García se pavoneaba entre la gente que en su vida había cogido un libro. Carlos y Bruno, apristas, no tenían nada que hacer. En su barrio de Lince, las señoras los creían unos vagos. Y tal vez lo eran.
-Ayer me he cachado a una flaca, huevón.
-Ja, ja. No seas palero. 
-Carlos, créeme.
-¿A quién?
-Espera.

Carlos, aún más flaco por la ropa que le queda de sobra, se detiene para cruzar la calle pues el semáforo está en rojo.
-Este huevón, ¿qué hace allí?
Una camioneta se ha estacionado y Bruno conversa con la mujer que la conduce.

-Sube huevón, sube.
-¿Quién es la tía?
-Sube no más.

Bruno, abre la puerta delantera y da un brinco. Carlos, dudando, abre la trasera, se sienta, cierra y la señora pone en marcha el vehículo. El sol continúa su artístico trabajo sobre las calles que ahora han tomado un tono anaranjado, para cerrar con broche de oro.

-¿Cómo te llamas?
-Bruno.
-¿Y tú?
-Carlos

Por momentos los muchachos se miraban como incrédulos. Ella sonreía mientras guardaba sus lentes Rayban.

-¿Y usted, señora, cómo se llama?
-Ja, ja. No me digan señora. Pueden llamarme Kathya. Así me llamo, Katita para los amigos.
-Kathya, ja, ja. Lo siento, es que...
-No te preocupes, Carlitos.

-Chicos, necesito su ayuda para cargar unas cosas en mi oficina porque me estoy mudando y, pues, no tengo a nadie quien me pueda ayudar.
-Ya.
-Claro, señora... Lo siento, Kathya. Katita, ja, ja.

El móvil se detiene en una casa de dos pisos, blanca, frente a un parque abandonado como el Perú de aquel entonces. Los tres bajan. El aire está llevándose el aroma del aceite quemado que cerró la marcha. Ella abre la reja y les cede el paso. Cierra y se acerca a una hermosa puerta de madera. Abre. El flaco está riendo por los nervios, imaginando su primera vez. Bruno va contando mentalmente las veces que ha tenido sexo con una desconocida. Ninguna.

-Pasen, por favor.

Kathya cierra la puerta. Los mira a los ojos imaginándolos desnudos en medio de luces de flash. Se apoya de espaldas a la puerta. Suelta un suspiro y les dice:

-Chicos... La verdad es que no necesito que me ayuden en nada. Solo los traje porque estoy sola y necesito que me hagan compañía.

Tomó su rumbo a la sala derramando lisura que los muchachos se apresuraron en recoger por las narices y se sentó en un sofá para tres, marrón, aterciopelado. Dejó las llaves de la camioneta en la mesa de centro que tiene dos leones devorando a una cabra, hechos de madera, que hacen juego con el piso parqué. Ella les dice:

-Ven Bruno, tu siéntate aquí (comenzó a tocarlo) Miró al flaco. Y tú Carlitos aquí (ahora a Carlos).

Bruno posa sus manos y piensa: "Qué ricas tetas... sí...". El flaco está asustado. Tiene abierta la boca y sus pupilas se contraen al ritmo de una erección. Kathia solo siente. Mira los cuerpos bruñidos de los dos machos que estuvo buscando toda la mañana y no encontró solo hasta ahora. Se le seca la boca y decide sacarse la blusa verde como sus ojos. Se pone de pie raudamente y apoyada en el hombro de Bruno, se deshace del blue jean. Carlos ayuda a que se quite la braga mientras Bruno, con un solo dedo, hace alarde de su habilidad para remover sostenes. Él gime excitado y de pronto comienza un remolino de besos, agarres e interjecciones nacidas en el reino del placer. Las pieles dejan abierta cualquier posibilidad y el deseo saca una espada para comenzar a penetrarlos, así, de a tres. Entran y salen por todas las formas, hay un carnaval de manos, dedos, uñas, lenguas y miradas lujuriosas. Bocas que besan pezones, y una que devora vergas. La saliva acentúa los siseo y los labios están cada vez más rojos, como las mejillas de Kathita. Los tres gozan arrebatados de moral, en la penumbra de la sala. De pronto ella decide comenzar por Carlitos. Va a matarlo. Piensa "Este primero". El flaco duda, y se pone alerta. Su corazón lleva un buen rato preguntándose lo que pasa allá afuera, donde solo hay murmullos y afirmaciones. "Sí, así Carlitos, así mi flaquito" Bruno no duda en llenarle la boca con un trozo de carne. Carlitos ya no aguanta. Bruno tiene los ojos cerrados y está con otra mujer. Los abre para volver con Kathya. Su respiración lleva un compás marcial. Carlitos gime: "Me vengo". Sal Carlitos, sal, adentro no. "Me vengo, señora, me vengo".

"Bruno, ponte atrás". El flaco se ha levantado del suelo y busca el cuarto de baño. "Kathita, que lindo trasero tienes" "Agárrame así" En la calle, algo lejos, un grupo de personas parece repetir algo. No se escucha bien. "Así, papito, así". Niños gritan, juegan a la pega, en el parque, frente a la casa. "Así, Brunito, así" "Uy, qué rico, sí" Las voces de aquella multitud han llegado: "Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo" "No pares Brunito, así, ay..." "Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús" "Ay, sí, vente, vente". "Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén" Exhalaron en un fuerte y profundo orgasmo. "Ay, ay, ah..." Y comenzaron a besarse manchados por fluidos corporales entre las piernas, abrazados, llenos de olor. "El ángel del Señor anunció a María"... "Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo".

Carlitos, salió del baño peinado. Bruno se ponía la ropa. Kathya encendía un cigarro, aún desnuda. Miró por la ventana la imagen, alejándose, llevada en andas y se persignó. "Alabado sea el Buen Jesús". Carlitos sentía vergüenza. Kathya se sentó y tapó su vientre con un cojín. "¿Y, Carlitos, todo bien?" "Sí señora, Kathya, lo siento, hum." "Este es más huevón. Kathita, en serio que estoy sorprendido, esto es..." "No te preocupes, ja, ja, a mi también me gustó... ¿tienen que hacer algo el otro martes?..." Los muchachos se miraron: "No" "No". Kathya sonrió. "Entonces los espero en la esquina de Javier Prado con Arenales, como a las seis y media de la tarde. Se me hace más fácil recogerlos por allí" "Ya" "Chévere".

Salieron de la casa. Del sol no quedaba nada y Perú sufriría tres años más con Alan García al poder. El motor rugió y en la esquina, flanqueada por dos luces rojas, la camioneta desapareció.




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