miércoles, 6 de febrero de 2013

Yo conocí a Silvio Rodriguez

Era el año de 1980. Mi familia y yo vivíamos en Ayabaca, Piura. Me gustaba la música trova, Milanés, Rodriguez, Delgado, Cabral, me gustaba tocar la guitarra y también cantar. Mi voz animaba fiestas de adentro y de afuera. Asistía a la Pedro. Estudiaba Ingeniería Zootecnia pero, de vacaciones, estaba en mi hermosa casa con mis padres. Blanca Soledad se llamaba mi madre. Ella, conocedora de aquella pasión juvenil mía tan rebelde y soñadora, me había inscrito a un concurso convocado en la capital de mi país, en donde se reunirían los grandes de la nueva trova, donde probablemente, un provincianito como yo, habría sido mal visto si no hubiera sido por mi madre, Blanca Soledad. Ella, rubia y de ojos azules como era, alta y desdeñosa, no me había consultado nada pero sí se había tomado la molestia de viaja a Lima y de acercarse al mismísimo Hotel Crillón, hoy desaparecido, donde el 19 de abril tomaría lugar el recital. Según la doña cuenta, al verla tan agringada, le abrieron las puertas inmediatamente, quizá pensando "es europea, norteamericana. ¡Qué va a ser peruana, hombre!" Al de recepción, buenos días jovencito, vengo a inscribir a mi hijo al concurso, es por allá Señora mía, gracias. Debe ser nacionalizada, qué bien habla el español. Es peruana, hombre, descendiente europea será, hombre. 

Hijo, vas a viajar a Lima el 18 porque, adivina qué, te inscribí en un concurso para trovadores y si ganas te vas a llenar los bolsillos de plata. Están regalando cinco mil soles. Con eso tendrás para devolverme el pasaje, hijito, mentira, solo bromeaba, pero quiero que vayas y les demuestres que eres un Saavedra Zapata. Ah, por cierto, va a estar Silvio Rodriguez, tu ídolo. Yo, no lo podía creer. ¡Uy mierda!, voy a cantar con Silvio Rodriguez, ta' huevón, no podía ser cierto, pero sí, era un sueño a punto de hacerse realidad así que abracé a mi madre, fuerte, fuerte, muy fuerte, blanca, rubia, de ojos azules, como yo. Me fui corriendo a mi cuartito, descolgué la guitarra, afiné, clin, clin, clom, clom, y practiqué por enésima vez mi tema más querido "Dejando huellas". ¿Tenía que ganar ese concurso?, no. ¿Tenía que hacerme escuchar por Silvio?, sí. Entonces, pasó la semana y media. Listo con maleta y guitarra en la mano, subí al bus y amanecí en la capital de la humedad.

Al arribar al hotel, me abrieron las puertas como si se tratara de todo un personaje. Estos limeños quieren propina, me dije. Debía ser mi apariencia caucásica, tal vez, porque a mis colegas cholos no les hicieron pero ni fo y eso es para encabronarse porque la música sale de humanos, no de muñecos pintados ni  de juguetitos de plástico y porque todos somos iguales.o quiénes se creían para venirme con actitudes racistas. Estas son sus llaves, caballero, permítame, por aquí por favor. Seguí al botones, quien era negro como mis zapatos de charol, que traía desde mi tierra, en una bolsa morada con rayas rosadas. Pisé por primera vez un ascensor  Quinto piso, mi estómago, disimula Edgar, por aquí señor, aquí es, disfrute su estadía. Gracias primo, le dije. Deje la maleta por allí, gracias, y muy extasiado desenfundé mi guitarra y nuevamente clin, clin,  mi, mi, mi, la, la, la, la, para ponerme a ensayar "Creo que a los años, hemos aprendido, cómo hay que abordar la vida, aveces tristezas, después las sonrisas, caricias, y alegrías..." Noté que la quinta cuerda se iba a romper, pero provisiones traía,  entonces para no cambiarla en ese momento, con suavidad de madre inicié el arpegio maravilloso de "Ojalá" Re mayor. Así fue cómo por el rabillo del ojo, muy aferrado a mi caderona, pude saber que había un hombre parado en la  aún abierta puerta de mi habitación. Solo podía ver sus zapatos y no me incomodó, ni me tomé la molestia de voltear a mirar. Pensé que era el mismo servicial afro-peruano. "Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan..." acomodó su postura, pie derecho contra el borde de la entrada, "para que no las puedas convertir en cristal" zapatos ahora juntos, quietos, y yo comencé a subir lentamente la mirada hasta llegar a sus rodillas. Me pareció que aquella persona era sumamente enjuta, sumamente inmóvil, "ojalá que la lluvia, deje de ser milagro que baja por tu cuerpo" en la camisa, la bandera cubana, ¡mierda! Hola Silvio, pasa, pasa, gracias mi helmano, oye mira yo estuve escuchando desde mi recámara al lado, y mira chico, oye tú tiene buena vo', pero, sigue hombre, quiero escuchalte... gracias Silvio, qué acento, qué manera de hablar, su barba, "ojalá que la luna pueda salir sin ti" sus bigotes, atento me escuchaba "ojalá que la tierra no te bese los pasos" sus cabellos finos y peinados hacia atrás. Óyeme chico, ¿cómo es que tu te llama'? Edgar Dante, Silvio, soy un gran admira..., chico mira yo quisiera saber, sí disculpame que te interrumpa chico pero yo quisiera sabel si tú podría' cantá' conmigo un tema mañana durante el recital, claro Silvio, chico, e' un tema nuevo que estoy a punto de grabá', tú sabe. Muy bien Silvio, yo encantado, se llama "Unicolnio" ¿Unicornio? Vale, vale Silvio, te la canto en un momentico, Silvio estamos para apoyarnos. Bueno, mi helmano, tengo que irme ahora pero déjame decirte que te felicito. Estreché su mano respetuosamente y el flaco alto se fue de mi habitación. ¿Qué acababa de pasar? ¿qué eran los sueños? ¿Qué había detrás de mi sonrisa? ¿Por qué no me había dado un paro cardio-respiratorio como alguna vez creí posible? ¿Qué debía hacer ahora con tanta emoción, componer una canción? Gigante como es él pero así había podido pasar bajo el umbral de la recámara. Me había invitado a subir a su escenario para cantar con él. Silvio, Rodriguez, el cubano, el de la nueva trova. Él.


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