martes, 29 de enero de 2013

La tarde de mierda

Era una tarde como cualquier otra, en un pueblo al norte del Perú, donde cierto día sus habitantes, sin ningún motivo, enfurecieron desmesuradamente. Aquella no fue cualquier tarde, aquella fue: una tarde de mierda. 

El día había comenzado bien, con el sol fuerte y las nubes, blancas, describían cúmulos de nieve chapoteando en un cielo azul bíblico, y la gente aún tenía ganas de ir a veranear, comer helados: lo habitual; sin embargo, la tarde, y lo repito, se tornó una mierda. Mirabas a tu lado y no veías a una persona, sino, a un "Reverendo Hijo de Puta" y te daban ganas de aventarte, golpearlo, patadas, puñetes, escupitajos  Buscabas a tu alrededor algo, un cuchillo, un puñal, queriendo atravesar cuellos, algo, sin importar a quién, querías ver correr sangre en el piso, tomártela en el nombre del mal nacido, un fierro, algo, deseabas saborear el triunfo con la furia como tu inspiración. La tarde era realmente un espanto, ejemplo de aberración, un llamado a la calma, un revoltijo de ataques a traición, un arma blanca, pero el tiempo: el tiempo era perfecto. Perfecto para salir a mecharse, a sacarse la mierda, a desahuevarse, te quitabas la camisa, te achorabas, el polo, ven pe chucha tu madre, podía ser una chaveta, a ver pe', una piedra, rompías la botella de cerveza contra tu cabeza, gritándole al chucha su mare, ese, "¡entra pe' conch'e tu mare!". 


"La tarde trajo consigo macabras horas en que todos dejaron salir al animal, todos, sin excepción. A lo lejos se escucharon voces que profanaban la santidad de la palabra  madre, conminando todo a su paso"

El pueblo había despertado el instinto desterrado con el tiempo y la llegada de la civilización, la cultura cristiana de los mandamientos del Señor, que volvió santos a algunos seres. Aquella tarde los humanos volvieron a ser una simple masa parida por la suerte, la coincidencia y a la mierda Dios porque hasta esa tarde nadie lo había visto y ninguno tenía fe, ni en Cristo ni en su madre, ni en el Espíritu Santo, ninguno. El pueblo comenzó a golpearse a sí mismo, su gente corría por las calles, orates poseídos por un éxtasis asesino. Los niños peleaban y no se permitían lágrimas porque hombre macho no llora y pujaban duro para aguantar. Agachadas, las mujeres, algunas matando, otras muriendo se iban quedando calvas de tanto halarse los cabellos, o se aruñaban las carnes, se daban de patadas sin respeto: senos, vaginas, dolores insoportables y horrorosos. Los hombres sudaban con los puños ensangrentados, las narices partidas, tabiques quebrados, cejas rotas. Los habitantes, uno a uno, se fueron eliminando, y no sentían miedo porque esa tarde la mierda pudo más que el pueblo y de ello  fueron testigos turistas peruanos y ajenos, quienes huyeron asustados. La noticia corrió más que todos, como desesperada, y bien se supo lo que estaba pasando allí, allá, acá, en aquella tarde, en el pueblo de mierda.

Terminada la escena, luego de una hora de retraso, acaso esperando la muerte de todos, el advenimiento de la nada, llegó la noche. Solo podía escucharse el silbido del viento, propio de la ciudad, la caída del polvo sobre el asfalto ahora bañado en fango color rojo, el movimiento de los árboles de algarrobo o de las poncianas de flores color mandarina. Los gorriones, las cuculas, los pajarillos arroceros todos volaron raudamente lejos, a Batán Grande, a Chaparrí, todos menos los gallinazos, quienes ya se disponían a bendecir el alimento. La cantidad de perros y gatos muertos a la redonda, te hablaban sobre la seriedad y alcance de esta tarde fatal. Mientras tanto, por las calles solitarias, amarillentas de tanto alumbrado público, un hombre de bigotes afrancesados, de larga cola y cuernos chiquititos por encima de su bien peinada frente, se paseaba tranquilamente con las manos atrás. Era notable la forma cómo veía con falaz conmoción, a cada uno de los muertos, sus muertos: Niños, adultos, jóvenes, mujeres, ancianos, homosexuales, mascotas y lesbianas, cholos, negros, cholas, serranas, chatos, agarrados, chuecos, cojas, ciegos, de todo lo que había en la viña del Señor aquella tarde de mierda. Todo un caballero, él no había peleado, porque, como decía en voz alta, "pelear es vulgar, es un acto grotesco, por eso yo mejor me senté"cruzó las piernas "y observé sin meterme". Caminó y cantó entretenido por más de tres horas con un vaso de whisky en las rocas en la mano izquierda, y solo se detuvo al ver al último producto de la sin razón: un bebé recién muerto, acompañado por el médico, muerto también, quien yacía al lado del cadáver de la madre.  El bigotón tosió y dando un chasquido con los dedos, desapareció.

No hay comentarios:

Publicar un comentario