domingo, 15 de enero de 2017

Pienso en ti

Me atrapó el insomnio, soy el pez de su red, señor pescador. Mi cuerpo se mueve en la cama, porque no puedo dormir. Es inutil evitar pensar en ti. Si hasta parece que mis sábanas me ataran. Ya quemé mi almohada. Tú no te das cuenta. Si hasta creí que me leías la mente, que tus ojos me hablaban, que tenías gestos conmigo, que te acercabas para mirarme, pero no es así, o eso creo. Estos temblores mios son cosa de locos, un problema  en el checo. Cuando te escucho hablar, presiento tu encuentro. Así como el cura invoca al Espíritu Santo para que descienda sobre el altar, así siento tu voz descender sobre mí. No importa si tú no lo quieres, si mi deseo te estorba, si tu mente está lejos de mi nombre, no importa nada de eso. Importa que mis ojos se han hundido más de lo que tus palabras en mi pecho. Cuando me saludas, mi ropa me habla. Del cuello de mi camisa se oye una vocecita con voz de algodón que dice: "¡Ataca!". Y me río, sí. Y durante el tiempo que pueda busco señales en tu cuerpo, algo que me hable de ti y por ti, porque desde que te conocí, sigo preguntándome cosas como si existe una flecha traslúcida, inmaterial, con la que me apuntes. ¿Existe? No, no. Creo que si existe una flecha entre los dos, apunta desde mí hacia ti. Es una mala intepretación de mi parte. No estoy seguro. Ah, pero esto es emocionante. Esta inseguridad no me deja dormir, me tiene como un pez recién cazado, pero evita que duerma durante mis horas de trabajo. Ayer miré fijo a tus pupilas y espié tus dedos, los anillos que usas en las mano derecha. Me pregunté si estabas comprometida, el tipo de pregunta que no te haría jamás, no a esta distancia. Me sentí un perro por querer olfatear tu cuerpo justo antes de que me invada el miedo a ser descubierto. Y me sentí feliz cuando me acompañaste a ascender a los cielos, aunque un ángel nos vigiló, cuando bien sé que imaginaba que tú querías que ascendieramos solos. Pero eso no lo sabré jamás. No voy a arriesgarme a preguntarte si eso fue verdad. 

Cuando te pones en pie para saludarme o dejas de hacer cosas por eso, yo me siento un dios, como si tú quisieras decirme algo con eso. Ah, ¡qué incertidumbre! Soy el pez en la red del señor pescador. Estoy dentro de un cubo de hielo. Cuando me hablas es distinto. Eres el sol. Cuando me hablas comienza la guerra y tengo que salir ganando. Alguna que otra vez, durante la batalla, tus balas golpearon mi pecho pero me reviviste con tres besos para seguir jugando. ¿Aquellas fueron señales de tu amor por mí, o de tu amistad irreverente? Ayer frenaste de golpe y sentí el choque mientras me revolcaba en mi cama, mi red. De nada me sirvió desnudar tu belleza porque la neblina tapaba tu cuerpo. Aquello fue tremendo. Aullaron los perros a mi alrededor. Admito que cuando te despediste, me puse rojo. Ganaste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario